Un espacio de lectura y reflexión sobre Gestión Empresarial y Liderazgo. Y si quieres todavía más… todos los JUEVES a las 16:20 (GMT+1), en CAPITAL RADIO, mi sección "QUIERO SER UN BUEN JEFE"
Estoy cansado de escuchar que las personas son lo primero en la empresa. No me lo creo. A veces ni siquiera me creo a mí mismo cuando lo digo.
Persona, Producto, Beneficio… Ese debería ser el orden, primero la Persona. Es fácil demostrar que así debe ser. Si queremos los mejores Productos o Servicios necesitamos que nuestros equipos (las Personas) estén motivados y comprometidos para que emerja todo su talento innovador. Y el Beneficio es la consecuencia.
Y aún añadimos algún elemento más los que nos dedicamos a escribir sobre management. Acostumbro a decir que transformar el talento de la Persona en un buen Producto o Servicio es como una reacción química que requiere de un catalizador: el buen liderazgo. Un buen líder generará el entorno adecuado para que la transformación se produzca. De igual manera, para que nuestros Productos o Servicios generen Beneficio se necesitará de nuevo a líderes que aporten dirección a los equipos humanos que intervienen en toda la cadena de valor –es decir, toda la empresa– para que el cliente perciba el valor que le aportamos.
Persona, Producto, Beneficio. En ese orden.
Sí, eso es lo que dice cualquier empresario o directivo o escritor de management cuando se le pregunta el orden de importancia en que situaría esos tres factores en las organizaciones. Primero, la Persona. Pero después los hechos desmienten totalmente esa afirmación.
Voy al grano: ¿cómo se puede afirmar que se cree en las personas cuando se las somete a salarios de miseria?
La reforma laboral del año 2012 aportó una serie de medidas entre las cuales se encontraba la reducción de los costes del despido, con el fin de distender la tesorería de las empresas que se veían obligadas a despedir a parte de su plantilla para poder seguir subsistiendo. Algunas otras medidas del paquete de la reforma ponían en serio riesgo conquistas sociales de los trabajadores. Sin embargo, ésta del coste del despido me pareció y me sigue pareciendo necesaria. Teníamos un despido tan caro que dificultaba la subsistencia de muchos pequeños y medianos empresarios y, no menos grave, favorecía trabajadores zombi cuya motivación para el trabajo era escasa, vagando por sus empresas durante años para no perder la jugosa indemnización que percibirían tras un eventual despido. Aunque les surgiera otra oportunidad laboral, no se movían de su empresa para poder cobrar la indemnización. Un sinsentido, un derroche de talento y de vida. No tenemos ‘dos’ seres, uno para la vida laboral y otro para la vida personal. Somos ‘una’ sola persona y lo que nos ocurre en un ámbito nos afecta en el otro. Por tanto nuestra vida se va minando cuando nos transformamos en zombis profesionales. Anteponer el ‘tener’ al ‘ser’ conlleva un alto precio: nosotros mismos. Dudo que ese aspecto de la ley estuviera motivado por el deseo de aportar felicidad a la especie humana, pero bienvenido sea ese efecto colateral que facilitará que las personas que se han incorporado recientemente al mercado laboral no tengan la atadura perversa de la indemnización paralizante.
¿Alguien puede explicar por qué, si el problema para la generación de empleo era un despido demasiado caro, ahora resulta que, después de abaratarlo, el problema se traslada a los salarios? Puedo comprender que una reducción mínima salarial sea necesaria para aumentar la productividad. Algunos expertos argumentan que es necesario para poder volver a crecer, ya sea a ritmo de U o de V. No dispongo de argumentos para contradecir esta afirmación. Pero sí que dispongo de datos para afirmar que se ha instalado una enorme miseria moral, una vez más, en la actuación de muchas de nuestras empresas. En concreto, se están llegando a pagar sueldos entre un 30% y un 50% más bajos para el mismo puesto que hace tres años. Y no estoy hablando de un salario que se complemente con una parte variable en función de resultados, sino del salario máximo al que pueden aspirar.
Miseria moral. La misma que en el 2008 nos condujo a la más grave crisis económica desde finales de la Segunda Guerra Mundial. Tenemos que llamar a cada cosa por su nombre: ‘crisis económica’ es un eufemismo que, por generalista y etéreo, parece que nos libere de buena carga de responsabilidad. El término que más se ajusta a la realidad es ‘crisis moral’, que duele más porque toca nuestras conciencias. Estallaron burbujas inmobiliarias en España y en Florida porque se antepuso el Beneficio a la Persona, creando Productos artificialmente caros cuya oferta era superior a la demanda potencial; y se hundieron bancos en medio mundo occidental porque el dios Beneficio impulsó a crear y vender Productos tóxicos, legales pero tóxicos, como las hipotecas basura, o los fondos basura contaminados por las hipotecas basura, o los valores preferenciales –las llamadas ‘preferentes’– que se vendieron a los más débiles con omisión de la verdad sobre su alto riesgo financiero; y gobiernos que financiaron con dinero público –perdón por la tautología– infraestructuras que no soportaban el más mínimo análisis de rigor, utilidad o conveniencia, y que en muchos casos –presuntamente en unos y confirmado judicialmente en otros– servían para llenarse sus propios bolsillos con jugosas comisiones por adjudicación de obra pública.
Miseria moral también por parte de los ciudadanos de a pie, que fuimos cómplices de la codicia. Ya nos estaba bien un sistema financiero altamente desregulado y con mecanismos supervisores que, o no se enteraban de lo que estaba ocurriendo, o hacían la vista gorda porque en el fondo todo era legal.
No aprendemos. Volvemos a reclamar desregulación de los mercados, volvemos a reclamar obra pública para la generación de empleo –lo cual estaría bien si fuera una más de un inexistente paquete de medidas destinado a crear tejido industrial o de conocimiento–. ‘El hombre es un lobo para el hombre’, decía Thomas Hobbes hace cuatro siglos… hay cosas que nunca cambian.
Volviendo a la devaluación salarial desmesurada: es un sinsentido. En mi opinión, no hay que ser Premio Nobel de Economía para deducir que algo así solo puede obedecer, una vez más, a la miseria moral. En las siguientes líneas te voy a dar mis argumentos y te pido encarecidamente, lector, que si detectas algún error u omisión en ellos me escribas para hacérmelo notar y prometo revisar mis planteamientos y disculparme. Vamos allá. Tú, lector, eres consumidor. ¿Has percibido una bajada sustancial de los precios de los artículos que compras o consumes? Quizá lo que sí has notado es una estabilización en los últimos años, razón por la cual el IPC se ha mantenido cercano a cero. Pero lo que no has notado es una deflación significativa –es decir, una bajada sustancial del valor de los productos o servicios que compras–, ¿verdad? Por tanto, ¿dónde va esa devaluación del 30% al 50% en los salarios, que acostumbra a ser una de las mayores partidas de gasto en las Cuentas de Resultados de las empresas? ¿Podría ir a cubrir un incremento en el precio de las materias primas o importaciones, para mantener los márgenes? No, por las siguientes tres razones: primero, los carburantes han bajado de precio –y por tanto las materias primas y transporte asociados al petróleo no han incrementado su precio, bien al contrario, se ha reducido en torno al 10% en los últimos tres años–; segundo, sí que es cierto que el dólar se ha fortalecido un 10% respecto al euro en los últimos tres años, y podrías pensar que eso explicaría un 10% de la devaluación salarial, pero no, porque el 50% de nuestras importaciones provienen de países de la zona euro y mayoritariamente con capacidad industrial propia, con lo cual el impacto del valor cambiario es mucho más bajo; y tercero, porque un incremento de esas características en las materias primas e importaciones habría forzado a los fabricantes a repercutirlo directamente al alza en el precio final a sus intermediarios o consumidores, ya que la fuerza laboral mayoritaria de la que disponen actualmente las empresas no es de nueva contratación a salario bajo sino anterior.
Alguien podría contra-argumentar que hay que reducir los salarios tan dramáticamente porque el consumo se ha reducido en los últimos años y por tanto las empresas tienen que adaptar su capacidad productiva. Es un argumento falaz. Si se reduce el consumo, efectivamente hay que adaptar la capacidad productiva, o sea, los bienes de producción y los empleados. Es decir, sería coherente una traducción en despidos o en reducciones de jornada. Pero no en bajada salarial. Repito: no justifica la reducción en salarios.
No hace falta hacer muchos números, ¿verdad? Directamente al Beneficio, ahí es donde va esa devaluación salarial. De nuevo anteponemos el Beneficio a las Personas, la consecuencia a la causa. Es inconsistente y da origen al ‘precariado’, como se conoce al nuevo estatus social compuesto por quienes tienen un trabajo –o incluso dos– y sin embargo son pobres. No pueden costearse la vida porque ésta no ha bajado al nivel de sus salarios. Pobres de traje y chaqueta, pobres de cuello blanco. Esclavos del siglo XXI.
¿De verdad creemos en el avance económico y social? ¿De verdad creemos y queremos que emerja el Compromiso en las organizaciones? Pues para eso las Personas deben ser lo primero. Y nada apunta a que esté siendo así. A quien no hable el lenguaje del bienestar social le invito a que continúe siendo egoísta, pero de otra manera diferente: anteponiendo las Personas al Beneficio porque son ellas las que le aportarán este último.
Podemos estar ante el nacimiento de una nueva burbuja (anti-burbuja sería un término más preciso), esta vez social, no económica, que colapse quién sabe si dentro de cinco o diez años. Pero mucho más virulenta. Una anti-burbuja que, por ser social, liberará toda la fuerza rugidora que habita en los intestinos hambrientos. No me gustaría estar presente ni en este país ni en este planeta si eso ocurre. No acostumbro a hacer planteamientos catastrofistas, así que te pido disculpas por el mal trago. Y te emplazo a que busques errores en mis planteamientos para que pueda continuar creyendo al próximo que me diga que las Personas son lo primero.
Te deseo lo mejor.
Sígueme en Twitter: https://twitter.com/DanielSnchezRna
Sigue mi blog: http://lideragora.net
Sigue mi canal Youtube: http://goo.gl/FRaoSM
Excepcional artículo, Daniel, con el que estoy totalmente de acuerdo.
Tenemos un problema muy grave con la falsa y miope creencia de que engordar los beneficios propios debe ser a costa de reducir los del vecino, empleado, colaborador o como queramos llamar a nuestro prójimo. Es una visión ruin y miserable, propia del ego que todavía está por despertar.
La paradoja es que, efectivamente, priorizando a las personas sobre el producto y los beneficios es como se termina generando abundancia para todos. Lo que ocurre es que esto lleva más tiempo y eso, me temo, es lo que pocos están dispuestos a respetar.
Son los famosos juegos ganar-ganar frente a los de suma cero, que todo el mundo sabe explicar pero que muy pocas organizaciones aplican.
Un saludo y enhorabuena por el post.
Gracias por tu comentario, Juan Pedro. Qué difícil es en nuestra cultura latina (predominada por el orgullo y el ‘gallismo’) jugar con mentalidad ganar-ganar. Reconozco que yo mismo, a pesar de predicar el ganar-ganar sin cesar, cuando negocio tengo que frenar mi tendencia cultural al yo_gano-tú_pierdes. Un saludo.
Muy bueno!!, las personas deberían ser siempre la primer prioridad, sobre todo en épocas de crisis, los resultados se verán después, si es que son efectivas en sus labores o no. Muchas gracias.
Gracias por pasarte por aquí, Adriana.
Nos encontramos entre el «debería» y «es lo que hay». Decía en uno de mis artículos que muchas empresas hablan «bonito» al pregonar su «misión, visión y valores» para enamorar a sus clientes pero en la práctica, desdeñan el hecho de que sus principales clientes deberían ser sus propios empleados, precisamente los responsables finales de enamorar a los clientes de la empresa y aterrizar en toda la expresión la experiencia de hacerles vivir dicha misión. Pero no, como bien dices, seguimos anteponiendo el «beneficio» $$ para los accionistas, luego el producto a costa de sacrificar a las personas.
Los principales clientes deberían ser los empleados. Buena reflexión, Jesús. Gracias por pasarte por aquí.
No sólo no es una cuestión de moralidad, sino también de estrategia. Algo que para mi es evidente y no veo muchas referencias.
Todas las empresas venden algo. Ese algo, en mayor o menor medida, es consumido por el gran público. Si este público tiene cada vez menor poder adquisitivo, consumirá cada vez menos. Entonces ¿a quien colocarán sus productos estas empresas?
A este fenómeno no sólo contribuye la bajada salarial, sino también manufacturar en países de tercer mundo, que no pueden adquirir lo que fabrican. Es decir, cada vez menos trabajo y el que queda más barato.
Yo tampoco veo claro como va a terminar esto…¿o si?
Esperemos que seamos capaces de reconducir la situación entre todos antes de que termine mal. Gracias por pasarte por aquí, José M.
Estoy de acuerdo con tu brillante exposición, pero yo lo allanaría un poco y dejaría claro que a partir de esta ultima crisis, los de a pie nos hemos dado cuenta de que quien manda en nuestro voraz mundo es el Capital, ya no los gobiernos sean de derechas, centro o izquierdas ( para simplificar ) solo el abuso i la endogamia del querer mas y mas sin importar para nada los pueblos, el sufrimiento de tantas y tantas personas abandonadas a miserables guerras y que todos miran hacia otro lado. El Capital, esta cosa que todo el mundo de a pie conoce pero que no sabe quien es y donde esta.
Tu exposición perfecta de como afecta el beneficio de las Empresas sobre el sueldo de los trabajadores es el inicio de la creación de los grandes Capitales.
Ramón Iglesias te da las gracias por tu articulo.
Gracias por tu comentario, Ramón. Efectivamente, la codicia es el enemigo a batir. Y nadie, da igual nuestra ideología, estamos libres de ella. Un saludo.