Un espacio de lectura y reflexión sobre Gestión Empresarial y Liderazgo. Y si quieres todavía más… todos los JUEVES a las 16:20 (GMT+1), en CAPITAL RADIO, mi sección "QUIERO SER UN BUEN JEFE"
Vence a ese enemigo silencioso que te hace menos persona
Imagínate que llamas a un cliente potencial, llamémosle persona X, y acepta tu propuesta de reunión para dentro de una semana a una hora concreta.
Llegado el día, y después de una hora en coche aguantando las habituales retenciones de las grandes ciudades, llegas puntual a su edificio de oficinas. Saludas a la persona que atiende en la recepción y le pides por favor que avise a la persona X de tu llegada.
– Lo siento, pero la persona X no se encuentra en la oficina esta mañana.
– ¿Cómo? ¿Seguro que no está? Había quedado con ella hoy a esta hora.
– Siento no poder decirle nada distinto. Déjeme su tarjeta y ya le contactará para quedar otro día.
Consciente de que la persona de recepción no es responsable de la situación, te muerdes la lengua y le entregas tu tarjeta. Mucha amabilidad no te sobra en esos momentos, pero te despides lo más cordialmente que puedes. Probablemente tu lenguaje corporal traslada en microgestos tu monumental cabreo, aunque en ese preciso instante te trae sin cuidado.
¿Qué piensas de la persona X? ¿Te ha transmitido una imagen de confiabilidad? ¿Creerías en su palabra en una próxima ocasión? Y no me refiero a una ocasión similar sino a cualquier otra ocasión de cualquier otro ámbito, ya sea profesional o personal. ¿Confiarías en el compromiso de esa persona? No sé tú, yo no.
Y aún hay más: ¿sabes cuál es la probabilidad de que te contacte para quedar otro día? Si te has encontrado en una situación similar sabrás que es cercana a cero.
Tenemos tendencia a mentirnos a nosotros mismos. Nos decimos que las faltas de respeto o mezquindades que ejercemos en una situación concreta no son trasladables a otras situaciones y entornos. Si eres de mi generación quizá recuerdes al Barón Ashler de la serie Mazinger Z. Era un ser literalmente dividido en dos mitades a izquierda y derecha, una mitad de mujer y la otra de hombre. Dos personalidades diferentes en un mismo cuerpo. En ocasiones pensaba, hablaba y actuaba la parte femenina, y en otras la masculina. Nosotros no somos el Barón Ashler. Tan solo tenemos una personalidad. Podemos usar máscaras que nos ponemos o quitamos según el contexto, y que a lo sumo sirven para ayudarnos temporalmente a impostar comportamientos. Pero bajo la máscara hay una única forma de pensar y de obrar: la nuestra. Y si la máscara y el rostro difieren mucho durante demasiado tiempo, la tensión causará que o bien caiga la máscara o bien enfermemos con un trastorno de ansiedad.
Somos la misma persona, dentro y fuera del trabajo. Quien se comporta como un malnacido con sus trabajadores lo hará también con sus vecinos o familiares. Al que es un buenazo y le toman el pelo en el trabajo, también se lo tomarán en casa. El reflexivo lo es dentro y fuera, igual que el impulsivo o el impaciente.
Malcolm Gladwell, en su libro Inteligencia Intuitiva, dedica un capítulo a hablar sobre la falta de respeto que percibimos en los comportamientos de los otros. No hace falta que nos insulten. Son actos sutiles, en ocasiones incluso envueltos en palabras cordiales, que esconden un trasfondo irrespetuoso.
La falta de respeto se manifiesta de muy diversas formas. Lo estamos viendo en las relaciones empleador-empleado. Es paradigmático el caso de algunas grandes empresas multinacionales que pagan sueldos de miseria a las nuevas contrataciones, aun cuando sus beneficios aumentan año tras año. Su codicia les impide ver el daño que están haciendo al sistema en el que operan. La mayoría de ciudadanos apostamos por un sistema de libre mercado enmarcado en un estado del bienestar que aplique factores correctores a las desigualdades –de clase, de género, de oportunidades…–. ¿No se dan cuenta de que esa codicia se interpreta como falta de respeto y cargan de argumentos a los populismos demagógicos?
Obsérvate, identifica y modifica esos pequeños actos irrespetuosos que realizas en tu trabajo porque recuerda que eres la misma persona dentro y fuera. Si haces el mal en un entorno, lo harás en cualquier otro también. Vence a ese enemigo silencioso que te hace menos humano.
También deberíamos preguntarnos por qué las empresas están tan llenas de zombis profesionales en lugar de trabajadores con alma y ganas. ¿La causa? La percepción de falta de respeto en las acciones de sus jefes. Pero esto será materia para un próximo artículo.
Te deseo lo mejor.
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No podemos descalificar una acción, por mucho que nos haya perjudicado en un momento dado. Estamos dando conclusiones sin saber realmente el motivo, tenemos que dar la oportunidad de que la persona que en un principio a obrado mal, se defienda, quizás tuviera sus motivos o no!!!!.
También tenemos que valorar qué perdemos si descartamos a éste potencial cliente.
Tenemos que considerar que las personas cambiamos aunque haya muchas que no lo crean. En mi caso he cambiado, ¿para mejor o para peor? no lo se.
Uf.. como están las cosas hoy en día para que uno vaya bajo de moral por la vida. Se nos ríen en la cara o nos menosprecian, para que acto seguido nos descubramos a nosotros mismos menospreciando a alguien. Impera la mediocridad. De acuerdo con vigilar nuestra actitud y consideración con los demás. De acuerdo con Josep también en que hay factores ocultos o desconocidos detrás de ese menosprecio, que no siempre es voluntario o consciente. Lo que de verdad es un reto es comprender porqué en nuestro país ha triunfado la mediocridad profesional, porqué hay un nivel tan bajo de autoexigencia.
Un saludo! P.