Un espacio de lectura y reflexión sobre Gestión Empresarial y Liderazgo. Y si quieres todavía más… todos los JUEVES a las 16:20 (GMT+1), en CAPITAL RADIO, mi sección "QUIERO SER UN BUEN JEFE"
Dicen los libros de estilo que, antes de entrar en materia sobre lo que uno quiere hablar, conviene escribir unas líneas a modo introductorio para ubicar al lector. No creo que sobre este asunto tú necesites mucha introducción ni ubicación, así que me saltaré la ortodoxia. En su lugar comenzaré con un comentario que puede ser que consideres menor e irrelevante, pero me concedo el privilegio de escribirlo y, al fin y al cabo, tú siempre dispones del privilegio de valorarlo o despreciarlo. Quiero llamar a esta crisis simplemente “pandemia” y no “guerra”, como muchos políticos y medios la están calificando. Las palabras moldean nuestra mente. Una generación completa será moldeada por esta pandemia, sus consecuencias y las palabras que usemos. Seamos cuidadosos. Los niños de hoy serán los ciudadanos del mañana. Las palabras belicosas generan acciones belicosas. No somos soldados en una guerra luchando contra los soldados enemigos. Somos ciudadanos en una pandemia luchando contra un virus desconocido.
Y el virus nos ha pillado escalando la pirámide de Maslow. La mayoría de la población estaba a medio camino entre el nivel 3º (pertenencia al grupo y amor) y el 4º (respeto y autoestima), algunos aventajados estaban ubicados ya en el 4º, y un puñado de terrícolas habían alcanzado el 5º y máximo (autorrealización). Y, de repente, este cisne negro llamado coronavirus SARS-CoV-2 (COVID19 es la enfermedad, no el bichito) nos empuja inmisericordemente a los niveles 1 y 2, los de las necesidades básicas: preocupación por nuestro sustento, por nuestra salud y por la seguridad física ante el colapso del sistema sanitario.
Quiero recordar -porque no es baladí y es clave para las predicciones que seguirán- que este COVID es el tercero de los últimos 20 años con actividad sobre humanos (sobre animales existen otro puñado de variedades). Los dos anteriores (SARS y MERS) no disponían de la capacidad de contagio tan extremadamente alta del coronavirus actual, aunque sí un grado más alto de mortalidad, llegando al 50% con MERS. Toda la familia de los coronavirus parece tener en común que o bien mata por su actividad o bien por su alta capacidad de contagio que colapsa los servicios sanitarios. Y, aunque especulativo y sin ánimo alarmista, parece que lo razonable es concienciarnos y prepararnos para la llegada de otra cepa en un futuro próximo.
En este contexto he identificado cinco predicciones de futuro inmediato y un riesgo a tener en cuenta. La duración de la actual crisis pandémica determinará la potencia con la que las predicciones se cumplirán y con la que el riesgo se materializará (a más tiempo, mayor potencia).
PREDICCIONES
El “sentido de tribu” local (país) se está reforzando, dado que lo que uno hace a título individual -confinamiento, distancia social, higiene reforzada- afecta al resto, tanto lo que se hace bien como lo que se hace mal. El “sentido de tribu” global (planeta) también se refuerza. La solución será global o no será: necesitamos al colectivo a escala planetaria para aplicar políticas -en fronteras o transporte, por ejemplo- que conduzcan a la erradicación total del virus. El intercambio de ayuda material y humana entre países ha demostrado también ser un acelerador de la solución y un freno para la desgracia global.
Algunas regiones ya llevan ventaja cultural en el “sentido de tribu” (Países Escandinavos, África, Asia en general y Japón en particular). Ahora los demás estamos despertando a esa realidad. Y después de semanas de confinamiento -obligatorio en algunos países, recomendado en otros- acabaremos de despertar inexorablemente. El sentido de pertenencia a un colectivo planetario (más allá de mi ciudad, mi país, mi continente) se va a reforzar y la cooperación internacional aumentará.
Una derivada va a ser la lucha contra el cambio climático. Por fin mi generación, la X, y su antecesora, la Baby Boomer, que hoy ostentamos ambas el poder político, vamos a aplicar medidas preventivas mucho más severas. Ahora sí, por fin, lo vamos a hacer. Le hemos visto las orejas al lobo con esta pandemia. ¿Por qué nos ha costado tanto? Somos dos generaciones que vendimos nuestros sueños de juventud por dinero, porque el poder de soñar en un mañana era menos sexy que el poder de compra en un hoy. Y de aquellos polvos, estos lodos.
Desde las políticas neoliberales de Reagan y Thatcher en los años 80, lo “público” ha sido ampliamente demonizado en las democracias liberales. Se han ido detrayendo más y más recursos de las arcas públicas en sanidad, investigación y educación, dejando a su suerte a centenares de millones de ciudadanos del mundo que veían cómo la sacrosanta “mano invisible” de Adam Smith era más invisible que nunca -ni estaba ni se la esperaba- y no les permitía sacar adelante a sus familias. Nació el precariado -trabajadores con empleos precarios que siguen siendo pobres a pesar de vestir corbata o traje chaqueta-. Las clases medias se han estrechado y las clases bajas se han ampliado, con un 1% de la población mundial acumulando una riqueza equivalente a lo que el 99% restante necesita para vivir. Esta indecencia alcanzó su culmen tras la crisis financiera del 2008.
Pero ahora, en los momentos más difíciles de la pandemia, nos hemos dado cuenta de que son los recursos del Estado los que marcan la diferencia entre la vida y la muerte. Son los servicios públicos los que, bien dimensionados económica y humanamente, nos están sacando de este mal sueño. A ellos recurrimos todos. Incluso los neoliberales, que abominan del concepto de Estado protector, acuden ahora a él y le exigen soluciones. ¿Contradicción? Sí, mayúscula.
Los países que ya gozamos de un modelo social basado en el Estado del Bienestar lo vamos a fortalecer. El umbral mínimo de gasto público aumentará, aceptando todos los partidos de los arcos parlamentarios un umbral alto, indiscutible e indiscutido.
Aquellos países que no dispongan de un modelo de Estado del Bienestar lo adoptarán en alguna de sus versiones. En concreto en USA, donde el malogrado Obama Care (amplia extensión de servicios sanitarios a la población) fue tumbado por los sectores políticos más conservadores, ahora va a volver al debate público, esta vez con una mirada mucho más amable y conciliadora por parte de esos mismos sectores. Su epifanía va a ser brutal, ya que COVID19 les va a sumir en la mayor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial.
El compromiso laboral… ese esquivo Santo Grial de las empresas.
La renuencia a implementar ampliamente el teletrabajo en nuestras empresas es consecuencia de los miedos infundados de los líderes. “Si no veo a mi equipo no puedo confiar en que estén trabajando”. Mentalidad de control. La pandemia ha hecho de la necesidad, virtud: si queremos mantener nuestras operaciones en funcionamiento, seamos una empresa privada o pública, debemos teletrabajar.
Cuando los directivos se den cuenta de que el teletrabajo no solo genera más dedicación (1 hora más de media al día) sino que aumenta los niveles de compromiso por la flexibilidad de conciliación que proporciona, irán perdiendo sus miedos. Si eres directivo, piénsalo: ¿qué más te da que trabajen más intensamente por la mañana, por la tarde o por la noche, cada cual adaptado a sus biorritmos y a sus necesidades familiares o sociales, si cumplen con los objetivos que os habíais marcado?
Y recuerda que teletrabajar no es tan solo entregar un portátil. Hay que definir las “reglas del juego” en las que todos ganáis: entre otras, definir qué franja horaria es necesaria en la que todos debéis estar disponibles para poder hacer las reuniones relevantes y la toma de decisiones, respetar las necesidades familiares y sociales de cada cual, establecer “cafeterías virtuales” para mantener el espíritu de equipo.
Muchas empresas aplicarán un modelo mixto presencial-virtual. Estimo que en la sociedad post-COVID19, un 30% del tiempo laboral medio de los empleados será teletrabajado.
Unas derivadas van a ser la reducción de la contaminación en las ciudades procedente del tráfico, mayor compromiso laboral y por tanto mayor fidelidad de los empleados hacia sus empresas.
En tiempos de pandemia -o de potencial pandemia- las compañías que aspiren a sobrevivir deben pensar ineludiblemente en la digitalización de sus canales de distribución y venta. El comercio online va a ser una opción mucho más extendida y aceptada por todas las generaciones. Las marcas que hasta ahora eran reticentes a ello porque querían potenciar la presencia física de los clientes en sus tiendas, van a tener que adaptarse. Probablemente seremos menos proclives a masificar los centros comerciales con el fin de mantener la distancia social -esto dependerá de los comunicados de las autoridades sanitarias sobre la probabilidad de llegada de un nuevo virus-, y daremos un peso más elevado a la compra por internet.
Dos derivadas sobre patrones de consumo:
La diferencia entre una crisis interna de país/empresa y una crisis global es que en esta última se necesita un liderazgo al que, primero, no le tiemble el pulso para tomar decisiones difíciles con humanidad; y, segundo, que tenga capacidad de influencia más allá de su tribu local, para influir en el comportamiento de la tribu global.
Esto aplicará tanto al ámbito empresarial como al político. Votaremos buscando ese ingrediente de buen gestor de crisis en el lenguaje verbal y no verbal del candidato político, y otorgaremos mayor autoridad en la empresa a las personas con el perfil de credibilidad, determinación, y a la vez humanidad, que las crisis requieren.
Aceptación de autoritarismos
Imagina que tu vecino llevara puesto un «wearable» (pieza de ropa inteligente con sensores incorporados, como una camiseta, ropa interior, brazalete, etc.) biométrico conectado con las autoridades sanitarias, de tal forma que si sus constantes vitales (temperatura, presión sanguínea, etc) indicaran una potencial infección por la enfermedad pandémica, fuera identificado rápidamente y obligado a confinarse en su casa para no contaminar al resto. Podría parecerte aceptable, ¿verdad? Incluso lo verías aceptable para ti mismo porque eres una persona razonable y consciente de que también eres vecino para el resto de la tribu.
Sin embargo, imagina ahora la versión distópica, en la cual ese «wearable» es utilizado también, sin tu conocimiento, para identificar tus movimientos, dónde estuviste tal día a tal hora, qué película viste, con quién fuiste a comer aquel día (recuerda que todos llevaríamos el «wearable» y sería fácil saberlo), y vender luego esa información a quien pagara por ella -el gobierno para conocer tus afinidades e inferir tu ideología política, tu empresa para controlarte, tu pareja ante la sospecha de infidelidad, etc-. ¿Lo aceptaríamos? Adivino a que se dibuja en tu cara un rotundo “No!”. Lamento decir que existen estudios sociológicos que te desmienten. Cuando nuestros niveles 1 y 2 de la pirámide de Maslow están en riesgo, aceptamos una pérdida de libertad a cambio de una ganancia en seguridad.
No dudes que algo así llegará (me refiero al control biométrico). Deberemos encontrar fórmulas imaginativas para no sacrificar una de las dos -libertad vs seguridad-. La fórmula más efectiva será definir una legislación muy estricta y garantista, la más estricta y garantista posible, donde los ciudadanos nos dotemos de las herramientas para que nuestros gobiernos, autoridades y empresas se sientan más controlados por nosotros que nosotros por ellos.
Te deseo lo mejor.
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Autor de El mentor (Ed. Almuzara).
Co-autor de El dilema del directivo (LID Editorial).
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